Capitalismo, ideología y globalización

Capitalismo ideológico.

Existe coincidencia en admitir que lo que se conoce como capitalismo económico no es un fenómeno nuevo, sino que su origen se remonta, en un sentido que se puede considerar cercano al actual, a la Edad Media [1], y ya más claramente definido, al incluirse como escuelas económicas el mercantilismo y la fisiocracia, se puede hablar de él durante el absolutismo europeo. Sin embargo tales referencias no serían sino los prolegómenos de un fenómeno más complejo y ambicioso, cuyo último acto viene representado por la globalización que se desarrolla actualmente y que supone su completa definición. Fue Weber [2] el que señaló buena parte de los caracteres que acompañan el capitalismo moderno -apropiación de los bienes de producción, libertad de mercado, técnica racional de producción, seguridad jurídica, mercantilización del trabajo y comercialización de la economía-, ausentes en sus precursores, pero seguramente, con independencia de estos, la característica determinante es su espíritu expansivo, que no se sujeta a ninguna limitación. A partir del triunfo burgués, confirmado con la Revolución francesa de 1789, se puede empezar a hablar de de capitalismo moderno -aunque en sentido pleno no se consolide hasta comienzo del siglo XX-, y lo trascendental en este punto es que entonces ya quedaba diseñado su soporte ideológico, que serviría de hilo conductor para su desarrollo posterior.

Sin perjuicio de la actividad mercantil que le caracteriza, hay que señalar en el capitalismo un componente ideológico que le confiere consistencia y determinación. El promotor ha sido ese individuo integrante de un grupo conocido como burguesía, cuya función fue, desde la acción económica individual integrada en la síntesis del colectivo grupal, desarrollar la idea del capital moderno. A tal fin, muestra en sus actuaciones la disposición suficiente para imprimir el sentido dinámico que le caracteriza, es decir, la realización en la práctica de indefinidas inversiones y reinversiones del capital. Por tanto, la figura del burgués, componente activo del capitalismo -que fue objeto de estudio, entre otros, por Sombart y Weber [3]-, viene a darle ese sentido de modernidad.

En este punto, lo fundamental es que el capital supera la apreciación dominante, al desencasillarlo del ámbito de la riqueza personal. El burgués capitalista no es sólo un hombre rico en el sentido tradicional, sino que, a primera vista, ya resultaría ser algo más: un profesional de la riqueza. Aunque en este personaje sigue pesando el componente acumulativo de bienes considerados valiosos, como instrumento de distinción social, solamente se trata de un aditamento puntual, porque su actividad está unida a la dedicación exclusiva a practicar una forma de vida. Quiere esto decir que el burgués, en el fondo, es un profesional del capital, trabaja para él, procurando su desarrollo continuado, calculando siempre los riesgos de su actividad. En consecuencia, no se trata de un aventurero que arriesga su capital privado probando suerte a la espera de obtener beneficios, por contra se mueve en términos de racionalidad, limitando circunstancias imprevistas y haciendo del cálculo económico protocolo de actuación. Si bien la obtención de riqueza es el aliciente psicológico que en principio le mueve y la profesionalidad lo que le caracteriza, es la prudencia la que sirve de guía a su actuación, hasta llegar a definir su carácter de capitalista -miembro del grupo que promueve el desarrollo del capital-. Pese a todo, no hay que prescindir del componente ético de su carácter -que Weber asocia con la ética protestante-, porque en realidad le sirve de guía de sus actuaciones como seguidor de una suerte de culto moderno a una idea que rompe con las creencias tradicionales. Lo que interesa al capitalismo no es el burgués rico, sino el practicante del culto laico a la idea que encierra el capital, materializada en el ídolo del dinero, porque construye intuitivamente, desde la formación de ese carácter profesional, la ideología transformadora del mundo que le rodea para hacer posible su expansión. Este individuo viene a configurar un grupo que usa, de un lado, la riqueza acumulada como elemento diferencial y, de otro, construye el capital desde el ente. La idea ya estaba presente en la mente colectiva, materializada convencionalmente en forma de riqueza, definida en términos más cercanos como bienes y dinero, pero la burguesía -síntesis de los individuos burgueses- construye el capital a través de la ideología del capitalismo como punto de referencia.

Construir el capitalismo no es función exclusiva de la burguesía. Por una parte, el burgués es el primer capitalista moderno en disposición de desarrollar la idea dinámica del capital -la praxis-, pero, por otra, hay que contar con la intelectualidad filosófica -la teoría-, completada con la intelectualidad económica -el análisis científico-, que contribuye definitivamente al fin propuesto. Si el burgués aporta la idea de trabajo profesional al desarrollo práctico del capital, la Ilustración desarrolla las primeras ideas, las define y las orienta para ser utilizadas en sentido ideológico. Téngase en cuenta su valor fundamental para la configuración ideológica del capitalismo -la libertad de ataduras convencionales y éticas-, en cuanto supone ruptura con las creencias y retorno al sentido kantiano de razón -manipulado luego a conveniencia-. La racionalidad del sistema de poder dominante hasta entonces estaba basada en la fuerza material  de las armas y trataba de buscar la racionalidad en la metafísica de las creencias, por contra, el capital como poder de reemplazo se mueve en una realidad inmediata y cotidiana que sólo encuentra justificación en la razón de la existencia y las cosas. Los ilustrados pretenden recuperar la razón a través de cierto sentido común, limpio de leyendas y tabúes; lo que el burgués luego aplicará a la realidad de la existencia comercial, tratando de transformarla para adecuarla a sus intereses.

El capitalismo moderno se mueve en el frente de la nueva realidad expresada científicamente por la intelectualidad económica en el marco estatal [4] y en el de la idealidad como proyecto más avanzado, porque aspira no solamente a ser un sistema económico, sino a establecer las reglas de funcionamiento en el ámbito social, político y económico. En definitiva, apunta a la totalidad de la existencia para garantizar la seguridad de su proyecto. Respondiendo a tal finalidad fija en términos económicos los instrumentos de desarrollo de la idea, mientras los aditivos extraeconómicos fluyen a partir de los aportes de la intelectualidad ilustrada. La Ilustración, iluminando la filosofía política, y el pensamiento económico sentaron las bases que permitieron diseñar el capitalismo como ideología y hacerlo efectivo a través de la práctica burguesa. Una vez definido ideológicamente, a continuación vendría la toma del poder político para recuperar el sentido real de la razón emergente que permitía desarrollar la nueva forma del poder definida por el capital. Ese primer momento, en el que las masas son simples espectadoras, se construye desde la élite, y ese capitalismo como ideología elitista se viene proyectando hasta el presente en su último momento: la globalización.

Ideología del capitalismo.

En el fondo, toda ideología, como concepto referido a una serie de ideas dispuestas para la acción, y ajeno al origen terminológico de ciencia de las ideas de Destrutt de Tracy, es un instrumento para la conquista del poder político. Se basa en argumentaciones particularizadas que arrancan de la experiencia sobre un mundo real, dispuestas para condicionarlo desde un aspecto ideal previo, a través del que se pretende conducir la realidad en la práctica, fabricándola a la medida de unos intereses que aspiran a ser dominantes. Este proyecto de desarrollo de la realidad dirigida en una dirección determinada, de entrada hay que considerarlo una falsificación, por cuanto el devenir es condicionado por una idea impuesta por un grupo que aspira a ser dominante, tratando de adecuarlo a un determinado perfil, coincidente con los intereses particulares de sus promotores [5]. De alguna manera asumen un componente de creencia, en cuanto aportan al ideario dosis de utopía comercial, cuya finalidad es animar a los adheridos e imprimir un toque de espiritualidad a su propósito transformador de lo existente. Si para la adhesión la ideología requiere buena presencia y componentes atrayentes, para adquirir solidez social, la ideología precisa de legitimidad, es decir, trata de justificarse ante las masas en términos racionales de contenido jurídico, con la vista puesta en una posterior aceptación social.

No es casualidad que la burguesía tome el poder en las sociedades avanzadas europeas desde finales del XVIII, porque el modelo precedente, expresión del viejo poder de la casta de los guerreros en alianza con los representantes de la creencias, está agotado. Sus argumentos de orden social ya no sirven, puesto que los soportes de fuerza se han devaluado al ser progresivamente reemplazados por la lógica del capital. Llegados aquí, la Ilustración, primero, aporta un argumento demoledor para las viejas ficciones, que consiste en dirigir a la humanidad hacia el camino de la luz desterrando las tinieblas, preparándose para liquidar todo aquello que se oponga a la nueva realidad material que se hace conciliar con la razón. Si bien la idea de racionalidad fustiga un mundo falsificado, dominado por ficciones, al que se opone el sentido común, en segundo término, hay otro mundo de realidades silenciadas que clama por emerger a la superficie, y tales realidades adquieren consistencia, auspiciadas por el capitalismo en su propio interés, dispuestas para la acción efectiva. La Ilustración alumbra de sentido al pensamiento emergente condenado a guardar silencio, por lo que su fuerza contestataria no tiene otra opción que servir de soporte de ideologías innovadoras. En el terreno existencial se palpa la disfunción de dos estamentos dominantes, pero con un repertorio caduco, y un tercer estado que cuenta con el poder real, pero que se le excluye del poder político. Aunque la función ilustradora está pensada para las masas, sus principales efectos recaen sobre las elites burguesas, porque las primeras carecen de las cualidades necesarias para percibir sus efectos de no mediar la intervención de intérpretes. La interpretación se factura con etiquetas sencillas: libertad, igualdad y fraternidad. ¿Quién vende la mercancía?. La burguesía revolucionaria. He aquí el inicio de la ideología capitalista, destinada a obtener beneficios manipulando a las masas.

¿Era necesario para el capitalismo dotarse de una ideología?. Evidentemente su proyecto expansivo necesitaba de una dirección eficiente que determinara la acción desde la idea fundamental -el desarrollo ilimitado del capital como valor- con la finalidad de conquistar el poder, para lo cual debería exhibir una ideología. Pero, ¿por qué ya entonces pasa a ser preferente la conquista del poder entre sus finalidades inmediatas?. El argumento de la estabilidad apoyado en la legitimidad y su posterior aceptación resultaba imprescindible para el desarrollo del capital desde la fórmula del capitalismo. Y la estabilidad sólo era posible contando en el panorama del orden político, a fin de permitir el clásico laissez-faire, ya que, si no se goza de influencia en los aparatos políticos, el capital no es libre, porque siempre acaba siendo vasallo del poder dominante; de ahí que resulte inevitable controlarlo o, mejor aún, tomarlo. Hay que recordar que el poder económico por sí mismo ya implica poder político [6], pero tiene que materializarse para que resulte efectivo. Sin embargo la toma del poder, en interés de la legitimidad, no puede hacerse al margen de las masas, es precisa su contribución e involucrarlas, y para ello hay que vender ideología atractiva que responda adecuadamente a esos sentimientos que animan su existencia como utopía. Los argumentos espirituales de seducción son insuficientes, porque si no se llenan con realidades acaban por agotarse; de ahí que deban de ser debidamente atendidos. Aunque los derechos y libertades ya eran un excelente adorno, se acompañan de otro más convincente, aunque igualmente ilusorio, y así la democracia representativa viene a alentar todavía más el falso protagonismo de las masas convertidas en ciudadanos. No obstante, llegados a este punto hay que aportar un nuevo atractivo, se incorpora el bienestar como algo inmediato y real, puesto al alcance de todos, pasando a ser fundamental en el proyecto el compromiso capitalista de facilitar el bienestar material de las masas desde el desarrollo industrial. Por tanto, las líneas ideológicas se mueven en el terreno de la razón -un modelo de razón particularizada a la medida del grupo que promueve la ideología-, de la seguridad capitalista en términos jurídicos y políticos -el Estado de Derecho-, sirviendo de soporte las masas -involucradas en el juego de los derechos, la democracia de papel y el bienestar-, como vía de expansión a través del consumo -fuente de bienestar-, que acabará convertido en cultura.

A través de la ideología, el capitalismo ha podido sobrepasar los límites de un sistema económico ya presente en el modelo absolutista, pero controlado por la nobleza, para pasar a ser un sistema dirigido por la burguesía representante del capital. Por tanto, como sistema dominante, debe asumir el mismo papel totalizante de sus predecesores, regulando tanto lo económico, como lo político, hasta marcar la trayectoria social de las distintas sociedades avanzadas, afectadas por el fenómeno de su expansión. Lo único que cambian son las formas. Todo ello para garantizar el pleno desarrollo del capital. Así pues, en el plano económico, el balance es que, a través de la ideología, el capitalismo, como proyecto de grupo dominante, ha cumplido con su función.

Globalización capitalista.

Como dice Bauman el término globalización está en boca de todos [7], hasta el extremo de que suena a tópico. Probablemente esta circunstancia permite cumplir uno de sus propósitos: asumir su recepción como un hecho natural y generalizable para las masas. Oficialmente, por ejemplo, para el FMI, se trata de la interdependencia económica creciente en el conjunto de los países del mundo, provocada por el aumento del volumen y de la variedad de las transacciones transfronterizas de bienes y servicios, así como de los flujos internacionales de capitales, al mismo tiempo que por la difusión acelerada y generalizada de la tecnología. Y para la CE es el proceso mediante el cual los mercados y la producción de diferentes países están volviéndose cada vez más interdependientes debido a la dinámica del intercambio de bienes y servicios y a los flujos  de capital y tecnología.

Ideológicamente la globalización es la realización práctica del ambicioso proyecto diseñado por el capitalismo para mantener el sentido activo del capital sobre la base de una expansión territorial que rebasa los límites estatales y se hace mundial, en cuyo circuito pueden circular con total libertad capitales, producción y bienes de mercado. Con ello ha logrado su propósito de operar libremente por el mundo para alcanzar un mayor nivel de desarrollo, ofreciendo a cambio a los individuos la oportunidad de moverse también con cierta libertad y hacerse receptores de la cultura industrializada producto de su mercado. Si el proyecto burgués quedaba limitado a los confines del Estado-nación, era solamente el paso previo para el desbordamiento calculado de las fronteras estatales una vez consolidado, al suponer estas un límite para sus pretensiones expansionistas. Para ello, de lo que se trataba no era tanto de prescindir del Estado, como de recuperar las viejas fórmulas de la época de la violencia pura, adaptándolas a las nuevas formas de la violencia pacífica. En este punto, se encuentra utilidad en retomar el Estado-imperial, que pasa a ser el nuevo aparato que mejor se adecua a los planes capitalistas. Los imperios históricos cumplieron la política de expansión sin límites territoriales del poder dominante en el terreno político, económico y cultural acudiendo a la fuerza militar, con el nuevo sentido imperial la fuerza de conquista es el dinero, el instrumento, la empresa, y el capital, el poder. En definitiva, el proceso de globalizar no es más que la dominación del mundo por las empresas capitalista siguiendo la ideología depredadora que propone el capitalismo elitista.

En sus inicios, la expansión en términos imperialistas no se decanta abiertamente por la violencia pacífica, sino por una combinación de su forma más pura con la nueva violencia que impone el capitalismo. Políticamente se define como colonización, es decir, los países dominantes salen de sus fronteras para explotar los recursos naturales de los dominados usando la superioridad, tanto de la fuerza militar como de la fuerza cultural, tras las que late el poderío económico, sustentadas todas ellas en una idea particularizada de progreso. A la sombra de la política estatal abriendo brecha, el capitalismo toma nuevas posiciones colocando a sus empresas fuera de sus fronteras naturales para dar salida a la producción que no puede absorber el mercado nacional [8]. Con lo que, tras el imperialismo de Estado controlado por el sistema absolutista, emerge el imperialismo del capitalismo como auténtico motor de lo político.

Dada la naturaleza expansiva del modelo capitalista, era previsible que en las sociedades avanzadas se desbordara más allá de los estrechos límites de un Estado. Tal necesidad ya aparecía en la época del absolutismo y después se hace evidente en el plano económico con el desplazamiento del burgués por el empresario y seguidamente por el accionista. La tendencia expansiva desde modelos empresariales -tras de los que se encuentra el accionariado como el último capitalista- para superar fronteras con ideas imperialistas dirigidas a construir monopolios económicos sectoriales explotadores, incluso dependientes de una megaempresa concentradora de monopolios, hay que entenderlo como la propensión natural del capital, que acaba por definirse plenamente con el transcurso del tiempo. No obstante, el capitalismo representado por la actividad concertada de las grandes empresas multinacionales por acciones no ha prescindido totalmente del patrón Estado como motor de cobertura de sus negocios, sino que, por otro lado, lo ha potenciado en algunos casos a fin de que adquiera caracteres hegemónicos. Al amparo de los Estados hegemónicos se impone sobre los Estados débiles un modelo político uniforme, que coadyuve en la seguridad jurídica para facilitar una expansión geográfica sin trabas, un modelo cultural, que permita mayor receptibilidad de la fórmula capitalista en los distintos países, y el modelo económico, que establezca la exclusividad financiera, productiva y comercial de la forma de hacer del capitalismo dominante.

Si la idea imperialista se manifiesta abiertamente en la política del capitalismo empresarial, el Imperio, como construcción política reciente [9], aparece suavizada por el término hegemonía y la actividad de los organismo internacionales políticos y económicos -por ejemplo ONU, FMI, BM, OMC, OCDE o CCI-. De tal manera que el Imperio descarga su modelo de dominación directa sobre los Estados satélites utilizando fórmulas ambiguas y a través de la actividad de estos organismos que indirectamente dirigen los Estados hegemónicos. Pero, pese al poder solapado del Imperio, y no por esta circunstancia menos real, en la sombra se mueve la elite del capitalismo, quien tiene la función de decir la última palabra, y externamente ese alto empresariado controlado por el accionariado de la elite. La base de la hegemonía de los Estados no es exclusivamente el arsenal militar, tecnológico o cultural, sino la disponibilidad de enormes cantidades de dinero, con las que especula el capital financiero; al punto de que la soberanía de los Estados se mueve al ritmo que impone la moneda o la vieja riqueza de las naciones. Como contribuyente en el proceso, es clave la política de endeudamiento facilitada por los altos organismos económicos internacionales; lo que permite consolidar la hegemonía sobre los endeudados, su fidelidad a la política capitalista y la pérdida de soberanía tradicional. Los vínculos creados por el dinero son difíciles de romper y de eso es consciente el capitalismo. Aprovechándose de que dispone de las claves para dominarlo, fija las reglas del juego internacional.

Dos observaciones para concluir.

Pese a la aparente autonomía política, el Estado moderno ha venido siendo un instrumento puesto a disposición del desarrollo de la ideología del capitalismo, principalmente como guardián del orden y garante de la seguridad jurídica. Aunque más tarde tomará otro protagonismo que trasciende a su carácter originario y pasará a implicarse directamente en los procesos económicos, en buena parte debido a necesidades coyunturales derivadas de la falta de consumo y la consiguiente debilidad empresarial. El Estado keynesiano asumió funciones que realmente no estaban previstas en el inicial modelo capitalista; por ejemplo, al llegar a excederse en el amparo de las masas y definirse finalmente como Estado del bienestar. Lo que en principio supuso aliciente económico para las empresas acabó resultando una carga que el neoliberalismo trató de aliviar, intentado limitar o anular aquellas funciones estatales de las que no podía extraerse lucro empresarial. De otro lado, el papel de regulador financiero y practicante de políticas económicas en interés de los respectivos Estados, sobre todo a través del control del dinero jugando permanentemente con la baza de los impuestos y los tipos de interés, crea situaciones de dependencia al capitalismo, porque desde tales competencias se les reconocen funciones arbitrales en la relación capitalismo-masas. El freno que sobre la soberanía plena suponen las políticas de endeudamiento estatal utilizadas por el capitalismo como tenedor de la deuda, le han hecho concebir la idea de ser el controlador público, pero esta postura entraña riesgos, el principal es el impago o la quiebra. Acaso tampoco se haya tenido en cuenta que con el debilitamiento del capitalismo local, para promover el imperialismo empresarial en provecho del capitalismo global, se ha permitido la concentración de capital en unos pocos monopolios que, pese a su poder, pueden resultar más manejables, llegando incluso a ser gigantes con pies de barro. Además hay que contar con que en el proceso de desarrollo de la ideología capitalista, la globalización, como ideología en sí misma [10], ha ido más allá y se ha hecho acompañar del modelo imperial, lo que supone que determinados Estados dominen el panorama general interviniendo con sus políticas en el laissezfaire capitalista, coartando su libertad, asumiendo funciones que amenazan el poder de la élite capitalista, al controlar resortes claves de los que la hace dependiente. Los Estados imperiales se han fortalecido y con ellos la burocracia de la que dependen. Esta, tiene que justificar sus salarios y moverse en un plano de realidad fijado por el voto dependiente de las masas, que aunque manipuladas, no pueden garantizarse sus determinaciones al cien por cien. El capitalismo parece que se ha perdido en el laberinto del los modelos estatales y le será difícil encontrar la salida.

Hasta ahora, el papel de las masas, seducidas por el consumo -ofrecido como forma de bienestar cuando solo es un estado de dependencia carente de valor [11], ya que lejos de alcanzarlo sirve para crear nuevas necesidades, al objeto de permanecer atrapados en la dinámica de una modernidad falseada-, vienen siendo el motor del capitalismo De otro lado, su instinto político ha sido atendido por esa democracia representativa de papel. Si la burocracia ha aumentado su poder a costa del Estado plurifuncional, no obstante necesita justificarse, y en cuanto a la política burocratizada es evidente que depende de la voluntad de las masas en el proceso electoral. Estas masas adormecidas social y políticamente están abocadas al despertar en los confines de su Estadonación. Lo que acabará por producirse cuando la tecnología agote el repertorio innovador con el que las tiene entretenidas, las crisis se radicalicen y el ejercicio político se devalúe totalmente. Cuando el bienestar ya no provenga del mercado, el modelo de capitalismo dominante dejará de ser necesario, con lo que perderá el control total que ahora le garantiza el dominio mundial sin posibilidad de competencia. Las masas ilustradas por el lado bueno de la tecnología, conscientes de la realidad, acabarán por llamar a la sensatez y exigirán poner fin al absurdo de un sistema de minorías privilegiadas. No obstante, como recurso aún quedará el espíritu innovador, señalado por Schumpeter, con lo que se hace posible que, agotado como capitalismo de élite, resurja como capitalismo de masas.

Bibliografía citada.

Bauman, Z., “La globalización. Consecuencias humanas”.

Borón, A., “Imperio & Imperialismo”.

Braudel, F.,“La Dynamique du capitalismo”.

Elliott, A., “Teoría social y psicoanálisis en transición”.

Hart, M., y Negri, A., “Imperio”.

Hilferdin, R., “El capital financiero”.

Hobson, J.A., “Imperialism: A Study”.

Petras, J., “La globalización desenmascarada” .“Imperio con imperialismo”, (2001) (artículo).

Petty, W., «Treatise of taxes & contributions» .

Sen, A., “Desarrollo y bienestar”.

Sombart, W, “El burgués”.

Weber, M.,“ El origen del capitalismo moderno”, en “Historia económica general”.

La ética protestante y el espíritu del capitalismo”.

Autor: Antonio Lorca Siero Octubre 2016.

[1] Véase Braudel, F.,“La Dynamique du capitalismo”(1985).

[2] Weber, M.,“ El origen del capitalismo moderno”, en “Historia económica general” (1923-24).

[3] Sombart, W, “El burgués” (1913) y Weber, M.,“ La ética protestante y el espíritu del capitalismo”(1905)

[4] En este punto hay que destacar el aporte mercantilista y especialmente la contribución de  Petty, W., «Treatise of taxes & contributions» (1662), que viene a suponer el punto de arranque de lo que más tarde sería la escuela clásica de economía, que marcará las líneas de actuación práctica de la ideología capitalista.

[5] Lo que, como dice Elliott, A., “Teoría social y psicoanálisis en transición” (1995), permite  establecer una relación imaginaria de los individuos con su existencia social.

[6] Ver a efectos prácticos a Hilferdin, R., “El capital financiero”(1910).

[7] Bauman, Z., “La globalización. Consecuencias humanas”(1998).

[8] Esta es la tesis que recoge Hobson, J.A., “Imperialism: A Study” (1902), según la cual el Estado inglés invierte recursos en guerras para encontrar mercados que absorban los excedentes de producción y capital. El imperialismo económico pasa a ser entendido como el esfuerzo que realizan los grandes controladores de la industria para ampliar el canal por donde discurre su exceso de riqueza, buscando nuevos mercados para colocar bienes y capital que no pueden colocar en su país.

[9] Sobre este tema puede verse Hart, M., y Negri, A. “Imperio”(2000), y sus críticos, Borón, A., “Imperio & Imperialismo”(2005) o Petras, J., “Imperio con imperialismo”, (2001) (artículo).

[10] Por ejemplo, para Petras, J., “La globalización desenmascarada” (2003), se trata de una herramienta ideológica que impone la creencia de que el libre flujo del mercado, capital e información permiten generar bienestar social.

[11] Hay que tener en cuenta que, como dice Sen, A., “Desarrollo y bienestar”(2000), hablar de bienestar no es remitirlo al sentido de utilidad derivado del consumo de bienes, sino que debe considerarse como conjunto de realizaciones individuales de las propias personas.

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Lorca Siero Antonio. (2016, noviembre 1). Capitalismo, ideología y globalización. Recuperado de https://www.gestiopolis.com/capitalismo-ideologia-globalizacion/
Lorca Siero Antonio. "Capitalismo, ideología y globalización". gestiopolis. 1 noviembre 2016. Web. <https://www.gestiopolis.com/capitalismo-ideologia-globalizacion/>.
Lorca Siero Antonio. "Capitalismo, ideología y globalización". gestiopolis. noviembre 1, 2016. Consultado el . https://www.gestiopolis.com/capitalismo-ideologia-globalizacion/.
Lorca Siero Antonio. Capitalismo, ideología y globalización [en línea]. <https://www.gestiopolis.com/capitalismo-ideologia-globalizacion/> [Citado el ].
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